Collell, Joseph

Josep Collell nació en 1920 en Vic y a los treinta años partió de allí hacia Uruguay. Dejaba atrás la precariedad y el vacío cultural de una larga posguerra. La única educación específica en dibujo y pintura que había recibido era las clases que impartía en la escuela municipal de dibujo un tío político suyo, Llucià Costa, un muralista próximo al movimiento artístico catalán del Noucentisme. En esta corriente artística de signo clasicista, el pintor uruguayo Joaquín Torres-García jugó un importante papel. La afición de Josep a la pintura, compartida por otros jóvenes pintores, les llevó a la creación, en 1948, del grupo de “ Els 8 ” que, en un contexto academizante, suponía un intento de establecer lazos con los referentes artísticos de la modernidad anteriores a la guerra civil .

Llega a la próspera Montevideo con una profesión, la de tornero mecánico, y una inquietud artística que le pone en contacto con el Taller Torres-García. Allí conoce al pintor Julio Alpuy de la mano del cual descubre una forma de aproximarse a la pintura que aúna la tradición de la abstracción geométrica europea y la visión primitiva del arte precolombino. Torres había llamado esta síntesis Universalismo Constructivo y se plasmaba en una estructura compositiva ortogonal, proporción áurea, sentido plano del color, y una captación del mundo a través de símbolos esquemáticos y de alcance universal.

En el contexto del Taller, la apreciación del arte americano prehispánico a través de sus objetos, desde el tejido a la cerámica o la arquitectura, impulsa a la experimentación con diferentes técnicas y materiales locales en una clara voluntad de proyectar la pintura hacia el arte aplicado y estimular unas afinidades que potenciaran la capacidad creativa de los alumnos .
En este escenario, el escultor Gonzalo Fonseca y Josep Collell empiezan a buscar arcilla local por los alrededores de la ciudad y, en un experimento a cuatro manos, cuecen la primera pieza de cerámica en un horno de pan.
La cerámica se convertirá así en un campo de pruebas y de entusiasmo para otros alumnos del Taller (J. Alpuy, Horacio Torres, Manuel Pailós Antonio Pezzino, José Gurvitch…), pero será Josep quien persista en él.
Por un lado, allí estaban las piezas de cerámica precolombina que había visto en la colección del pintor Francisco Matto, también alumno del Taller, y por el otro su propia visión de la pintura. Hasta la creación, en l955, junto con su esposa Carme Cano, de su propio taller de cerámica discurren cinco años en los que el entusiasmo y el vértigo por la novedad se combinan con infinidad de pruebas, hallazgos, anécdotas y fracasos. Su anhelo era conseguir un tipo de cerámica que pudiera emparentarse estrechamente con la pintura, con su capacidad de dar con el color exacto y poder lograr no sólo una paleta cromática de riqueza similar sino una parecida justeza en el matiz y tonalidad.

La atracción por la calidez del bruñido en las piezas precolombinas, y un rudimentario conocimiento de su técnica, lo llevan a descubrir una aproximación propia al engobe bruñido: pinta la pieza ya seca, lijada y sin bizcochar con engobes diluidos, la engrasa y la bruñe de modo que el color penetre en el barro, lo coloree y al hornearse se adhiera a la superficie de la pieza como si fuera la pared de un fresco .

Esta mirada pictórica sobre la cerámica se resuelve en la superficie pintada y envolvente de cada pieza – su piel – y hace difícil adivinar si fue primero la voluntad de forma o el hecho pictórico. Sus formas cerámicas parten de una geometría simple, y se construyen a base de planchas que , con la ayuda de moldes de cartón, se convierten en paredes planas o curvadas engarzadas como si fueran los montajes del metal. Se vincula así a la tradición del metal que, junto con la de la cestería, constituyen las dos grandes tradiciones de la cerámica . La calidad tan pictórica de sus piezas llevará al hecho anecdótico de participar en una exposición colectiva que un crítico titulará como de cerámica y “anticerámica” por la incredulidad de aceptar sus piezas como auténtico procedimiento cerámico

Entre 1955 y 1985 el Taller Collell enseñará a ceramistas y pintores por igual y constituirá un referente indispensable en el panorama artístico de Uruguay. Se sucederán a lo largo de estos años las clases en el taller y las exposiciones individuales y colectivas, primero y hasta 1960 en el contexto del Taller Torres- García y posteriormente en muestras individuales o con sus propios alumnos en Montevideo y en otros puntos del país
En l982 realiza tres murales cerámicos para la Embajada de Uruguay en Buenos Aires. Estas composiciones marcan una paulatina y ya anunciada vuelta a la pintura sobre lienzo que se hará formalmente efectiva con el cierre del taller, el día de fin de año de 1985. Dos exposiciones de pintura, una en Vic, en 1994 y la otra en Barcelona en 1996, junto con la última en Montevideo en 2001, subrayan el retorno definitivo a su vocación primera.

En el conjunto de la obra cerámica de Josep Collell, sus primeras piezas se inscriben en el Universalismo Constructivo del Taller Torres-García, tanto por su iconografía de signos como por su resolución formal. Pero pronto se dibuja un enfoque más personal y, sin abandonar la preocupación por la armazón compositiva y un sentido eminentemente plano de la superficie, sus piezas irán tomando una paleta de color más amplia, y una temática figurativa de raíz mediterránea. Contribuyen a ello el viaje a Europa en 1970, que le permite un
conocimiento directo de la pintura mural italiana, su visita al Museo del Prado y
el reencuentro con el arte románico catalán a raíz de su estancia en Cataluña.
A ello se añade su creciente admiración por la pintura de Picasso y el diálogo artístico con su amigo, el pintor Guillermo Fernández.
En la trayectoria artística de Josep Collell el cruce entre pintura y cerámica constituye un personal punto de encuentro del que ambas se nutren: la visión pictórica acompaña el viaje conceptual y técnico hacia la cerámica pero también ésta retorna y enriquece a la pintura, ampliando su campo de aplicación y manteniendo una anhelada simplificación formal.
Y también presente y pasado se funden en sus piezas en las que una tecnología cerámica propia muy esencial, enraizada en el arte precolombino, tan laboriosa y sutil como aparentemente sencilla vehicula una concepción formal propia de las inquietudes artísticas del s.XX

Carme Collell
Ceramista
Profesora de Historia del Arte

 

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