Reilly, Federico

Sobre el propio Reilly como artista, Assunçao escribe: “Autodidacta en el más completo sentido del vocablo y también el más valorativo de sus propios méritos: “vocación, aptitud, constancia y desarrollo del oficio. Ese oficio fue creciendo sin pausa y le ha permitido desarrollar una fecundísima obra artística, siempre con el mismo tema, con técnicas tan variadas como el dibujo, la acuarela, la escultura y el óleo, su mayor afecto. Reilly se enamoró para siempre de aquel gaucho, el de la épica cimarrona…el de la tan recia como llamativa parápola vital y mito popular”.

De acuerdo a las palabras escritas del catedrático, la pasión de Reilly por el gaucho es “más, mucho más, en la unidad de toda su obra artística que ninguno de aquellos ilustres antecesores. Incluso aquel que el mismo artista considera su paradigma: Juan Manuel Blanes”.

A pesar de haber vivido poco tiempo en el campo, la pintura y escultura de Reilly tienen como leitmotiv

todo lo relacionado con el gaucho, el caballo (que dibujó magistralmente) y el campo.

El mismo artista explicó en “Tradición. La razón de mi pintura y escultura”, que su pasión fue heredada sus ancestros. Su padre Eduardo Reilly (también pintor de excelencia) y su madre, Sara Saunders, eran de tercera y segunda generación de inmigrantes. Su abuelo y padre fueron hombres vinculados a la industria saladeril y frigorífica, transmitiéndole sus vivencias a través de relatos.

“La llegada por tierra de tropas de ganado a los establecimientos de faena de Montevideo obligaba a verdaderas proezas de los criollos que las conducían, dominando animales bravos, de enormes cornamentas, que arrasaban con cuanto se ponía a su paso”, escribió el artista.

Se ha dicho que la patria se hizo a caballo, un elemento esencial en la obra de Reilly, quien visualizaba al animal como un elemento imprescindible para la vida del campo y de las ciudades que conoció.

Según la Sociedad de Criadores de Caballos Criollos, plasmó la figura representativa de un perfecto padrillo de Raza Criolla. Sus conocimientos morfológicos y anatómicos del animal son internacionalmente conocidos y ello le permitió que su obra trascendiera fronteras, incluso llegando a los países más distantes

Para Assunçao ilustró los libros “Pilchas Criollas” (1976), “El Gaucho” (1978) y “El caballo criollo” (1985).

Con el mismo tesón que defendió su estilo a través de los años, Reilly investigó todos los temas que plasmó en sus obras. Fue uno de los más fervientes defensores de la teoría del José Artigas nacido en Montevideo y no en Sauce, Las Piedras o Pando, como algunos han señalado.

Su cuadro de la casa natal del prócer, en la actual esquina de Cerrito y Colón, está entre sus encumbradas creaciones. Lo mejoró varias veces hasta llegar a una obra acabada, de rigor estético e histórico, en la que se ve, a vuelo de pájaro, el solar de Artigas con la bahía y el cerro de fondo.